El día era soleado y fresco por la mañana. Hicimos los 12 km hasta Puente Poncebos sin demasiados problemas y luego allí comimos en uno de los bares. Después de un rato de descanso, empezamos el camino de vuelta, ya con la niebla que iba entrando y haciendo fotos. Llegamos a Caín a media tarde, y allí celebramos nuestra proeza de bar en bar. Luego teníamos que andar un tramo hasta el lugar donde mi tío había dejado el coche (por aquel entonces ninguno de los demás teníamos carné).
Y cuando parecía que ya se había acabado lo mejor, porque solo nos faltaban unos km hasta casa, llegó lo que de verdad fue lo "mejor". En esa estrecha carretera con paredes verticales a un lado y un barranco enorme al otro, nos cruzamos con otro coche, matrícula de Santander. Él no podía echar marcha atrás, pero sí mi tío, ya que teníamos un hueco al borde del barranco. Mi tío se empezó a poner nervioso, ya que es cualquier cosa menos buen conductor, y decía que el otro tirara para atrás (cosa imposible).
Al final se decidió a dar marcha atrás. Mi primo había bajado para guiarle en la maniobra, y David y yo seguíamos en el coche. Entonces mi tío pegó un acelerón a lo Schumacher hacia atrás, dejando el coche al mismísimo borde del barranco (para colmo yo estaba del lado del barranco). El inmenso acojono que sentí hace que no recuerde muy bien lo que dije, pero sé que balbuceé alguna excusa y salí del coche a la velocidad de la luz. De verdad lo digo, y hay testigos que espero que lo pueden corroborar, jamás me he sentido tan acojonado, ¡¡¡me ví en el fondo del barranco!!! Caras blancas acojonadas y el corazón acelerado, eso también lo recuerdo...
En fin, todavía nos quedó el viaje de vuelta, aunque por suerte ya no había más barrancos así, y aunque mi tío iba cabreado como él solo y con el coche en segunda a 60 km/h, no hubo más incidentes graves. Ahora muchas veces lo recordamos entre nosotros con una mezcla de miedo y risa, pero desde luego no se nos olvidará nunca la lección de conducción de mi tío aquel día. Que hablen David y Tito Pe para contar su opinión, jejeje.
3 comentarios:
Nosotros recordamos con miedo y risa la llegada a Andorra, por un puerto, con niebla, y sin ver la raya blanca de la carretera, claro alrededor el barranco. Y mi tio sin conocer la via abriendo paso al resto, que seguramente serían de las cercanias. Todos recordamos ese momento y mira que han pasado bien de años, hasta mi primo pequeño se acuerda, que no tenía más que 5 o 6 años.
Sí, me lo puedo imaginar, la niebla en la montaña puede ser tremenda... Una vez que iba con mis padres y un tío mío, de tanta niebla que había, mi tío se tuvo que bajar para ir andando por delante del coche, porque no se veía ni la raya de la carretera!
Tenía 4 años creo,pero esas cosas no se olvidan. ¡Saludos!
Jeje, que mitico. Estas cosas da igual como las cuentes, que los de fuera solo se pueden hacer una idea aproximada. Por suerte no he vivido una experiencia como aquella en un coche desde entonces (gracias, mi corazón no sé si podrá aguantar una más). De todas formas a pesar de que lo peor fue cuando nos cruzamos con el de Cantabria, el camino de despues, no fue nada despreciable, yo creo que nunca he tenido la sensación en segunda y notar como el coche se despega del asfalto.... Bueno, lo mejor de todo es que no pasó nada y que cada vez que lo recordamos nos echamos unas risas. Ja ja, vaya acojono nos entró.
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