
... mi primo Pedrín, mi tío Pedro, mi amigo David y el menda. Era el 16 de septiembre del 2000, estaban empezando los JJOO de Sydney, después de los exámenes de la uni y antes de volver a las clases. Ese día fuimos desde Posada de Valdeón, donde estábamos, hasta Caín (Picos de Europa-León), unos pocos km más abajo, para hacer la Ruta del Cares, que yo no había hecho nunca entera.
El día era soleado y fresco por la mañana. Hicimos los 12 km hasta Puente Poncebos sin demasiados problemas y luego allí comimos en uno de los bares. Después de un rato de descanso, empezamos el camino de vuelta, ya con la niebla que iba entrando y haciendo fotos. Llegamos a Caín a media tarde, y allí celebramos nuestra proeza de bar en bar. Luego teníamos que andar un tramo hasta el lugar donde mi tío había dejado el coche (por aquel entonces ninguno de los demás teníamos carné).
Y cuando parecía que ya se había acabado lo mejor, porque solo nos faltaban unos km hasta casa, llegó lo que de verdad fue lo "mejor". En esa estrecha carretera con paredes verticales a un lado y un barranco enorme al otro, nos cruzamos con otro coche, matrícula de Santander. Él no podía echar marcha atrás, pero sí mi tío, ya que teníamos un hueco al borde del barranco. Mi tío se empezó a poner nervioso, ya que es cualquier cosa menos buen conductor, y decía que el otro tirara para atrás (cosa imposible).
Al final se decidió a dar marcha atrás. Mi primo había bajado para guiarle en la maniobra, y David y yo seguíamos en el coche. Entonces mi tío pegó un acelerón a lo Schumacher hacia atrás, dejando el coche al mismísimo borde del barranco (para colmo yo estaba del lado del barranco). El inmenso acojono que sentí hace que no recuerde muy bien lo que dije, pero sé que balbuceé alguna excusa y salí del coche a la velocidad de la luz. De verdad lo digo, y hay testigos que espero que lo pueden corroborar, jamás me he sentido tan acojonado, ¡¡¡me ví en el fondo del barranco!!! Caras blancas acojonadas y el corazón acelerado, eso también lo recuerdo...
En fin, todavía nos quedó el viaje de vuelta, aunque por suerte ya no había más barrancos así, y aunque mi tío iba cabreado como él solo y con el coche en segunda a 60 km/h, no hubo más incidentes graves. Ahora muchas veces lo recordamos entre nosotros con una mezcla de miedo y risa, pero desde luego no se nos olvidará nunca la lección de conducción de mi tío aquel día. Que hablen David y Tito Pe para contar su opinión, jejeje.